Gobierno y cumbia villera

La culpa no es de las letras

Daniel Freidemberg

Parece que en realidad Alberto Fernández no quiso echarle la culpa a la cumbia villera.

Pero a eso sonó cuando habló de una cultura que encuentra en el delito un modo aceptable de vivir y puso como ejemplo a un programa de tevé, evidentemente el que conduce Daniel "La Tota" Santillán, quien horas después fue llamado a la Rosada para que el propio Presidente le dijera, como si se tratara de una cuestión de Estado, que la cumbia villera le gusta tanto como León Gieco, Víctor Heredia y Mercedes Sosa. żAlguien puede creerle? La ansiedad con que Néstor Kirchner busca sostener los índices de aceptación popular le juega a veces en contra, como le pasa al jefe de Gabinete cuando se engolosina con la disponibilidad de micrófono.

Si se la mira bien, la descripción que hizo Fernández no es errónea, pero a la campaña antipopular de la derecha y a los prejuicios raciales de cierta clase media que ve en Juan Carlos Blumberg un líder les vino al pelo, por lo que los inmediatamente afectados salieron a protestar, entre ellos Santillán: "La culpa no es de las letras, la culpa es de los que cagaron de hambre al pueblo", dijo, con no poca razón, aunque tal vez no tanto por sensibilidad hacia los excluidos como para justificar un negocio. La cumbia villera es, después de todo, eso, un medio para que algunos empresarios se llenen los bolsillos, pero eso no implica que no esté expresando algo muy real. Las letras que conquistan a chicos y chicas proponiéndoles como mejor alternativa posible el choreo, la droga, el alcohol o una sexualidad cruda prenden porque ese es el único horizonte que pueden visualizar muchos y porque necesitan afirmarse en el mundo en que realmente viven. Las bellas palabras promisorias les suenan a estafa, ży por qué debería ser de otro modo?

Perseguir a la cumbia villera es, cuando menos, una tontería, ya que confunde los efectos con las causas, además de que, muy probablemente, para lo único que pueda servir es para publicitar involuntariamente al producto. Pero de ahí a otorgarle una jerarquía artística hay una diferencia que únicamente ciertos intereses comerciales o políticos pueden ignorar.

Alguna excepción hay, pero afianzar una supuesta identidad villera basada en una lógica insolidaria y cruelmente egoísta se ajusta muy bien a las necesidades de los que quieren ver en cualquier pibe morocho a un asesino. Asumir la exclusión para hacerle frente no es lo mismo que considerarla una fatalidad digna de celebrarse, lo prueban los movimientos de trabajadores desocupados.

Fuente: Acciondigital.com.ar, 15 de agosto de 2004.