ARIEL DORFMAN

Cómo subvertir la cultura

En una calurosa tarde de febrero, dentro de un bar de Recoleta, la luz y el calor se atemperaban convertidos en un tibio resplandor ocre. Junto a la ventana, Ariel Dorfman, de visita en Buenos Aires para participar del acto de donación de la biblioteca de su padre, el ingeniero Adolfo Dorfman, al Centro Cultural de la Cooperación, se refirió a sus diversas y persistentes indagaciones sobre una realidad que en un lapso de más de treinta años presenta tanto variaciones como constantes. Así pudo aludir al clásico Para leer al Pato Donald o referirse al poder de la ficción como resistencia cultural. A propósito de su novela Terapia comenzó reflexionando sobre el norte y el sur.

–¿El escenario de Terapia, en los Estados Unidos, tiene que ver con su condición de americano del sur que vive y trabaja en el norte?

–Terapia es la primera novela mía que yo avecindo en Estados Unidos. El protagonista es un empresario millonario que de pronto no puede dormir y necesita una terapia para enfrentarse a las contradicciones del sistema capitalista que él sustenta. En el transcurso de la terapia aparece una historia muy especial con una mujer sacada del realismo mágico. Ahí incorporo una visión del sur: cuando los gringos arman un personaje latinoamericano lo hacen en función de sus esquemas de América latina: exotismo, magia, maravilla. Pero sobre todo, se trata de una metáfora de la relación entre los muy ricos y los muy pobres, que se está dando constantemente porque vivimos en un mundo globalizado donde nuestros destinos son definidos desde muy lejos, por personas que no tienen idea de cómo somos, pero sí todo tipo de datos sobre nosotros, y tratan de manipular la realidad a su antojo. Voy explorando el ida y vuelta entre el sur y el norte, aunque insisto en que eso podría ocurrir en otra parte. Las relaciones entre el sur y el norte son muy complejas, no unilineales ni solamente de dominador y dominado. No es que la dominación haya dejado de existir, pero la forma en que la gente resiste, la forma de la interpenetración ha cambiado.

–¿Cómo ve en este sentido el problema de la identidad?

–La identidad no es algo estático, uno solía decir "tenemos nuestra identidad y vienen los malos y nos la quitan", creo que no es así. Tanto nuestra identidad como la de aquellos de fuera que nos quieren homogeneizar es una constante tierra fértil y de batalla, no algo fijado para siempre. En este momento de neoliberalismo se habla mucho de globalización, sin embargo debemos recordar que el capitalismo siempre fue globalizador, y al mismo tiempo, siempre hubo intercambios. Hay que tener mucho cuidado de no confundir la defensa de la identidad con crear una muralla que no permita dialogar con el otro. Además ellos también reciben nuestra influencia. Esto no quiere decir que uno no vea los peligros: la homogeneización, las corporaciones, el hecho de que los modelos de ficción, de resolución narrativa –las maneras de explicarnos el mundo– están en manos de muy pocas personas. Aun así el monopolio no es absolutamente cerrado, hay huecos por donde se cuela la realidad. Una de nuestras tareas es la de ir contando nuestras historias, cantando nuestras músicas y encontrando cosas en el diálogo con los otros. En la medida en que se haga, se va rompiendo el monopolio narrativo. Con 21 gramos, un director mexicano logra entrar en Hollywood, nosotros vamos a hacer una película sobre Terapia, no es fácil, pero se puede. Sucede que el capitalismo pone el dinero en aquello que le da beneficio, si la subversión da ganancia, invierte. Entonces uno tiene que ponerse en el lugar donde, sin cambiar lo que piensa, pueda dar estos múltiples combates culturales, espirituales y estéticos.

–Tal vez sea más fácil en algunos ámbitos, ¿pero qué pasa en los grandes medios masivos?

–El intercambio es menor aunque siempre hay una especie de dinámica. Treinta años atrás yo denunciaba esa situación, pero la denuncia es insuficiente, uno tiene que crear una cultura alternativa en un diálogo constante con la otra. En el caso de La muerte y la doncella tomo el género del thriller, que en su versión más blanda es reconfortante. Cuando uno piensa en una novela policial como las de Agatha Christie, todos los personajes tienen razones para matar a la víctima. Finalmente el detective descubre al asesino, lo que absuelve a todos los demás y restablece el orden. No obstante, nadie puede absolverlos del deseo del asesinato. En La muerte y la doncella muestro el crimen y al final se ve que no hay solución porque los demás son tan cómplices como el torturador, porque permitieron que hubiera tortura, y olvido. Es un ejemplo de cómo se puede tomar un género literario dominante y subvertirlo. Diría que para nuestra cultura es central una continua subversión, en el sentido de hacer aflorar aquello que se vierte por debajo. Claro que desde el punto de vista económico hay un dominio tan grande de los norteamericanos que hace que tengamos poco espacio para dar nuestras versiones.

–¿La nana y el iceberg es una de esas versiones?

–Cuando yo supe que Chile, para el Quinto Centenario, iba a llevar a Sevilla un pedazo de Antártida, me dije "esta locura es una novela". Lo del iceberg simbolizaba la idea de que "ya no somos América latina". Después de la dictadura se pensó que se pasaba a la postmodernidad. Quise mostrar mediante una ficción la forma en que los países subdesarrollados o mal desarrollados se imaginan ser del Primer Mundo. Igual que aquí. Seguimos siendo la mezcla antigua de premodernidad, modernidad, y, yo diría, delirio de modernidad. El que narra la historia es un muchacho exiliado en Nueva York que llega a Chile con esa cosa yanqui de decir "yo sé mucho mejor que los chilenos lo que pasa" y va encontrar que no es así, cree que la realidad es una y resulta ser otra.

–¿Mostrar esa realidad "otra" sería una forma de resistir la homogeneización, la dominación?

–Los seres humanos siempre se escapan, me acuerdo mucho, en este año del aniversario de Cortázar, de algo que decía en Rayuela: los seres humanos siempre se agarran, se aferran a alguna cosa que les rompe los esquemas a los dominadores. Todo termina explotado por los deseos sexuales, por la compasión, por la ebullición de la vida. Lo vemos en Irak. Cualquiera habría creído que los norteamericanos eran capaces de llegar milimétricamente a ver dónde estaba la peca izquierda del hijo de Saddam Hussein, y resultaron absolutamente incapaces de parar la resistencia del pueblo iraquí. Aclaro que a Hussein le tengo una detestación muy anterior a la de los norteamericanos, que eran amigos y cómplices de él. Por suerte no se puede conquistar enteramente a un pueblo, no es posible meterse en una realidad diferente y manipularla a voluntad porque la realidad es demasiado rica. Claro que si algún día llegara a suceder, ahí sí sería el fin de la historia. Hay que ser optimista respecto de la capacidad que tenemos sin dejar de estar conscientes de los riesgos. Nada asegura que la humanidad vaya a ganar la batalla contra la inhumanidad. Pero hay que insistir.


Susana Cella
Foto: Lola Garcia Garrido

Fuente: Acciondigital.com.ar, 01/03/2004.