"EL DÉFICIT DE LA RESISTENCIA ARGENTINA FUE LA INCAPACIDAD PARA UNIRSE"

Guillermo Griecco 24/04/2004

En diálogo con el eslabón, el ex líder guerrillero Enrique Gorriarán Merlo desentramó segmentos del horizonte político nacional. Desde el ERP hasta la actual gestión kirchnerista, el ex preso político no dejó tema sin analizar en esta extensa entrevista.

Se lo nota autocrítico, reflexivo. Habla con la mirada firme y justiciera de un revolucionario. Su relato por el pasado más reciente está cargado de datos significativos. El líder guerrillero del Ejército Revolucionario del Pueblo, Enrique Gorriarán Merlo, es capaz de repasar los acontecimientos de un tramo efervescente de la historia argentina –del que fue reconocido y activo protagonista– con la misma urgencia con que se sucedieron.

Sus sueños en la década del 70, su política, su lucha, las armas, sus errores y aciertos, el indulto que le permitió salir de la cárcel después de haber sido condenado a reclusión perpetua, el gobierno de Kirchner y sus propios proyectos políticos en la actualidad: de todo esto habla Gorriarán Merlo después de finalizar una de las tantas reuniones que mantiene con amigos y compañeros en su recorrida por distintos puntos del país, esta vez de paso por Rosario.

- ¿Cómo fue transitar ese camino que llevó a un sector de la población a decidirse por la lucha armada como opción de resistencia?

- En el caso del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) fuimos adoptando los métodos de lucha que creíamos convenientes según cada momento. El primer acto político que realizó el PRT fue ir a elecciones legislativas en Tucumán en marzo de 1965. No sólo que fuimos a elecciones, sino que se ganó con el treinta y dos por ciento de los votos. Sacamos dos diputados nacionales: Benito Romano del peronismo revolucionario pero que trabajaba en alianza con nosotros y Simón Campos que era secretario general del Ingenio San Ramón en la localidad de Villa Quinteros y dirigente del PRT. Un senador provincial, Leandro Fote, que era secretario general del Ingenio San José y de la dirección del PRT. Nosotros luchábamos por la justicia social a través de las elecciones que era el método adoptado en la época. Después vino el golpe de Estado del año 66 y se terminaron las elecciones. A diputados y senadores los sacaron del Congreso, se prohibieron los partidos políticos, se intervinieron los sindicatos, las universidades. Poco después sucedió lo de "la noche de los bastones largos" lo que implicó el exilio de científicos y profesores que hasta el día de hoy se siente esa ausencia. El método de lucha que utilizamos fue promover la movilización popular a los efectos de recuperar las libertades perdidas. Pero a esas movilizaciones la dictadura respondía con la prisión, con la tortura y con el asesinato. Al mes de implantada la dictadura fue asesinado Santiago Pampillón en Córdoba. En enero del 67 en una movilización contra los cierres de Ingenios que había implementado la dictadura matan a Hilda Guerrero de Molina. A mediados del 69, cuando matan al estudiante Cabral en Corrientes, yo estaba en Rosario, donde se organizó una marcha en repudio al asesinato de Cabral y la respuesta fue el asesinato del estudiante Andrés Bello. Dos días después, organizamos una marcha de silencio para repudiar el asesinato de Bello y asesinan a Luis Blanco que tenía quince años. Una semana después viene el Cordobazo y en septiembre de ese año también se da el Rosariazo. Después, en marzo del 70, desaparece la primera persona que encabeza la lista de treinta mil desaparecidos en la Argentina, que es Alejandro Valdú. En julio del 70 formamos el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y decidimos resistir con la lucha armada pensando que no había otra opción.

-¿Cómo era la relación con la población en ese momento? ¿Cómo se vivían los años previos a la llegada formal de la dictadura del 76?

– Siempre buscamos y en gran medida logramos la alianza con la población. Si no la guerrilla no hubiese podido resistir después de una lucha armada. Con respecto a la dictadura, hay un concepto que es fundamental, que está oculto intencionalmente: acá no hubo una dictadura, una democracia y otra dictadura. Acá hubo 18 años seguidos de terrorismo de Estado con distintas fachadas políticas. En el gobierno del 73 al 76 hubo sólo en Córdoba más desaparecidos que la dictadura anterior: 60 fueron los desaparecidos contra cincuenta y pico de la dictadura de Onganía. Y en total hubo 904 desaparecidos. El asesinato de prisioneros renació después de la masacre de Trelew con el gobierno de Lastiri en julio del 73 después de la caída de Cámpora. Hubo 2.500 asesinatos, siempre en ascenso, incluyendo el gobierno de Perón. Por ejemplo, antes de Perón habían asesinado a cinco dirigentes sindicales y durante su gobierno de ocho meses asesinaron a diecisiete, todos combativos, del ERP o de la Juventud Peronista (JP). La triple A (Alianza Anticomunista Argentina, liderada por López Rega) ya había actuado en Ezeiza. El de Perón fue un gobierno que subió por un método democrático como eran las elecciones, pero gobernó con un método contrainsurgente que es el terrorismo de Estado. Es más, uno de los cuatro íconos del terrorismo de Estado que es el robo de chicos no empezó ni con la primera ni con la segunda dictadura, sino en octubre del 74. La primera desaparecida embarazada la secuestraron en Córdoba en marzo del 75.

-¿Cuándo se enteran que el golpe militar es inminente y qué deciden hacer para contrarrestarlo? Y por otra parte ¿dónde estuvieron marcados los principales errores de estrategia política en lo que hace a la resistencia?

– Habíamos hecho varias propuestas de tregua en el 75. Estuvimos reunidos con Alfonsín, con Balbín, con varios diputados, con representantes de todos los partidos políticos. Nosotros ofrecimos una tregua, dejar la lucha armada a cambio de la formación de un frente contra el fascismo y contra cualquier intento de golpe de Estado, pero la propuesta no tuvo eco. No sólo eso, ya que a los tres días de la reunión con Balbín donde nos dijo que no aceptaba nuestra propuesta, largó la teoría de la guerrilla industrial que servía de justificativo para matar activistas sindicales. Todo ese proceso de terrorismo de Estado del 73 al 76 no fue sólo de un sector del peronismo. Por ejemplo, Kirchner no apoyaba el terrorismo de Estado pero sí hoy convive con las mismas personas del mismo partido que sí lo hacían. Por eso se discute recién ahora después de treinta años, porque hay una complicidad en ese sentido. Uno cuando analiza el golpe del 76 se encuentra con que el segundo de la Secretaría de Prensa de Videla era Ricardo Yofre, secretario y amigo personal de Balbín. El 52 por ciento de las intendencias durante la dictadura estaban manejadas por miembros de partidos políticos, en primer lugar del radicalismo y en segundo del peronismo. Quiero decir que ninguna dictadura puede ejercerse si no hay una complicidad civil, además del apoyo industrial. En la segunda dictadura se produce un punto de inflexión en el sentido social. Es decir, con el programa económico que anuncia Martínez de Hoz (ministro de Economía en la dictadura) el 2 de abril del 76 es donde comienza todo este proceso que culmina ahora con esta marginación social que conocemos, llevada al extremo durante el gobierno de Menem. Los gobiernos militares, no sólo en Argentina sino en toda América latina, respondían a la Doctrina de Seguridad Nacional que era una política impulsada por Estados Unidos que promovía las dictaduras militares en todo el continente con el supuesto objetivo, digamos, para que el continente no se hiciera comunista. A eso respondían las dictaduras militares, a políticas prefijadas y no a errores de nadie. No obstante eso, cometimos errores en la estrategia. En cuanto al PRT, los dos errores más importantes fueron: no haber aceptado la tregua de Cámpora. Nosotros cuando Cámpora nos ofrece la tregua largamos una carta pública, conocida como "Carta Cámpora", donde decíamos que aceptábamos por respeto al voto popular no atacar a la policía y a lo que dependiera del Ministerio de Gobierno, pero que sí íbamos a seguir atacando a las Fuerzas Armadas y a las empresas multinacionales que estaban agazapadas a la espera de una oportunidad para volver a golpear. Cuando Cámpora libera los presos políticos, el 25 de mayo, se hizo la movilización del devotazo que impulsamos nosotros y hubo participación masiva porque mucha gente de la plaza, del peronismo, fue a la movilización ya que había un gran sentimiento a favor de la libertad de los presos. Nosotros conversamos en la dirección del PRT responder al gesto de Cámpora con otro gesto que era aceptar la tregua. Cuando estábamos en esa discusión ocurrió la masacre de Ezeiza el 20 de junio. Nosotros íbamos a discutir el tema el 30 de junio en una reunión nacional y desistimos con un razonamiento que en aquella época se sintetizaba así: si a ellos que son peronistas les pasa eso, que pasará si nosotros salimos a la luz. Habíamos tomado previamente dos medidas indicativas: liberamos a un almirante y a un comandante de Gendarmería después que Cámpora liberó los presos. Estábamos en esa tesitura cuando pasó lo de Ezeiza y desistimos de continuar. Visto desde hoy, lo veo como un error. Primero que teníamos el suficiente aval de la población como para mantenernos en una situación de semiclandestinidad sin aparecer con mucha evidencia. Eso hubiese sido un gran acierto político porque hubiera permitido que la población identificara a la triple A como lo que era: una estrategia del poder del fascismo y no una organización de derecha que surgía para contrarrestar la guerrilla de izquierda. No obstante eso, fue la época que más crecimos: pasamos a tener de 400 militantes a más de cinco mil, del 73 al 75. Eso era porque había una efervescencia popular y también una voluntad en un amplio sector de la población de cambios políticos profundos. De la otra manera hubiésemos crecido mucho más quedando colocados políticamente en una situación más clara y mejor. La población cansada de la situación y confundida termina apoyando a la dictadura. Nosotros ahí cometemos una segunda equivocación de apreciación política. Con la llegada del golpe, evaluamos que eso iba a provocar una generalización de la resistencia contra la dictadura y no un repliegue de la población como ocurrió, entre otras cosas, debido a la confusión que había por el apoyo de sectores políticos a la dictadura. Ese fue un error doloroso para nosotros porque nos dejó en una lucha de aparato a aparato, es decir, sin el respaldo tan grande que habíamos tenido de la población. Y en una lucha de aparato a aparato teníamos todas las de sufrir bajas que fue finalmente lo que ocurrió.

-¿Cómo era la relación con las demás resistencias armadas?

Desde el principio hubo una voluntad común de todas las organizaciones de tratar de caminar hacia la unidad y eso tuvo expresiones importantes, por ejemplo, en la fuga de Trelew. Y digo hechos armados porque eran característicos de la época. La emboscada al general Sánchez quien era jefe del Segundo Cuerpo de Ejército, fue hecha por el ERP y las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) que después se unen a Montoneros. Hubo una serie de coordinaciones políticas comunes hasta el año 73. En ese año nos distanciamos de Montoneros, que junto al ERP eran las organizaciones armadas más numerosas. Esa relación se retomó a fines del 74 después de la muerte de Perón, en una reunión de la que participó Perdía por Montoneros y yo por el ERP. A partir de ahí se intentó la fusión a través de una organización llamada Organización para la Liberación Argentina (OLA) hasta que llegaron los grandes hechos represivos como la muerte de Roby (Mario Roberto Santucho, militante del ERP), el exilio de muchos Montoneros y la organización no se pudo concretar. Es más, creo que el déficit fundamental que tuvo la resistencia argentina fue la incapacidad para unirse. Cualquier proceso revolucionario de cambio requiere dos condiciones: una es la unidad de las fuerzas revolucionarias y la otra, la división de las élites dominantes. Esa situación sucedió en el país hasta el año 73 por eso cayó la primera dictadura. Después del 73 pasó lo inverso, nos dividimos nosotros y se unieron ellos. Montoneros apoyaba al gobierno y nosotros estábamos en contra.

- Una vez instalada la dictadura militar, ¿qué decisión tomaron?

–Cuando nos damos cuenta de lo que pasaba, de las equivocaciones que habíamos cometido, se decide descentralizar la organización pero era demasiado tarde, ya habíamos recibido muchos golpes. Habíamos perdido el control de la seguridad y decidimos salir al exterior con el objetivo de organizar el retorno. Algunos de nosotros estuvimos en la revolución de Nicaragua y después volvimos.

- ¿En qué año retorna a la Argentina?

– Salí del país en el 76 y me fui a una reunión con unos compañeros cubanos en Checoslovaquia. Volví en enero del 77 y organizamos la salida de otros compañeros que estaban peligrando por su seguridad. Después volví en el 81, donde comenzamos a organizar una guerrilla con reconocimiento de terreno en el monte de Jujuy, con el objetivo de instalar un foco de resistencia a la dictadura. En el 82 cuando se da la derrota de Malvinas, desistimos de ese plan porque veíamos que se retornaba a la democracia. Ahí nos organizamos en un papel más político con el Movimiento Todos por la Patria (MTP) hasta que sucedió lo de La Tablada.

- ¿Cómo los encuentra el retorno a la democracia en el 83?

– Nosotros no sólo hacíamos la guerrilla sino que también hacíamos actividad legal. Habíamos desarrollado, en Córdoba, en el 74, el movimiento sindical de base que juntó a 4.500 dirigentes y activistas. En Rosario, en el 74, pleno auge de las tres A, organizamos un congreso que reunió a treinta mil personas. Habíamos sacado el diario El Mundo que llegó a vender cien mil ejemplares semanales. Editábamos clandestinamente treinta mil ejemplares por quincena de La Estrella Roja y El Combatiente. Teníamos revistas provinciales, boletines fabriles y estudiantiles. En el 83 no pensábamos que la dictadura podría retornar. Hasta que llegó lo de Semana Santa y eso sí nos sorprendió, por eso concentramos toda la actividad en la faz política. Formamos el MTP, fundamos la revista Entre Todos, fuimos parte de la fundación y el desarrollo de Página/12, salvamos de la crisis a la editorial La Urraca a raíz de que me vinieron a ver Carlos Gabetta y Rodolfo Mattarolo, y pudimos gestionar con distintos conocidos que teníamos, que un empresario español invirtiera 500 mil dólares en La Urraca y así la salvarla de la quiebra. Esas publicaciones tenían un papel importante en afirmar la democracia en aquel momento. Llegamos a participar en elecciones municipales con el MTP en distintos puntos del país. Nos sorprendió el levantamiento militar de Semana Santa y participamos de la movilización en Plaza de Mayo. Nos preocupó más cuando Alfonsín al otro día de terminado el conflicto mandó el proyecto de Ley de Obediencia Debida. A partir de Semana Santa se fueron desarrollando dos políticas que culminó en una tercera que aplicamos nosotros. Una fue la del gobierno de Alfonsín que consistía en conceder a las presiones militares, no con una actitud pro golpista sino creyendo que de esa manera iba a evitar el golpe. Nosotros creíamos que eso alentaría nuevas sublevaciones para lograr más reivindicaciones. Estábamos en contra de la política de Alfonsín y nos preocupaba, pero creíamos que se podía contrarrestar con la movilización popular con el transcurrir del tiempo y llegar al juzgamiento de los delitos de lesa humanidad. Lo que verdaderamente nos preocupó fue la actitud de Menem por su alianza con Seineldín. Yo me entero de esto en un viaje a Cuba y Nicaragua de paso por Panamá, donde un grupo de oficiales de la guardia nacional de ese país, a quienes yo conocía de la revolución en Nicaragua, me cuentan con preocupación de las reuniones que Seineldín estaba manteniendo con dirigentes del menemismo donde estaban proyectando un golpe contra Alfonsín, el plan de reemplazarlo por el vicepresidente Víctor Martínez, el llamado a elecciones que ganaría Menem por desprestigio del gobierno y Seineldín quedaría en un alto cargo del ejército y así el ejército volvería a jugar un papel preponderante como uno de los factores de poder en la Argentina. Cuando vuelvo, solicitamos reuniones con el gobierno, nos reunimos en el local central de la Unión Cívica Radical con Nosiglia que era ministro del Interior y con Gil Lavedra que era viceministro. Le informamos todo eso y notamos impotencia por parte del gobierno. Si bien estaban convencidos de que podría suceder algo, no sabían qué hacer, pero sí estaban preocupados por la relación Menem-Seineldín. Cuando vimos que esa denuncia no tenía eco, denunciamos en septiembre del 88 la sublevación que se preparaba en Villa Martelli. Dos meses después se dio la sublevación y no pasó nada. En enero nos enteramos de la primera reunión a la que asistieron los dos, Menem y Seineldín, donde establecen el acuerdo de la destitución de Alfonsín. A su vez, nosotros teníamos reuniones con el peronismo y habíamos notado que el cafierismo no tenía una actitud proclive a apoyar el golpe sino más bien todo lo contrario, pero el menemismo en pleno estaba a favor. La respuesta común que obteníamos era que entre el ejército nacional y el liberal, ellos preferían el ejército nacional. A partir de ahí decidimos agrandar las denuncias. Presentamos la denuncia en la justicia con dos testigos de por qué iba haber golpe, lógicamente nadie investigó nada. Entonces hacemos la denuncia pública de la reunión de Menem con Seineldín y en ese momento los dos la niegan. Para esto teníamos dos compañeros que participaban como infiltrados de las reuniones de los grupos de Seineldín. El conocimiento de los planes, teniendo un conocimiento profundo de la situación, nos decidió ir al cuartel militar de La Tablada. Nos decidió porque la alianza de Menem con Seineldín reeditaba las alianzas cívico-militares que habían sido el sustento de todos los golpes de Estado desde 1930 en adelante. Algunos de nosotros teníamos familiares desaparecidos, todos teníamos compañeros desaparecidos, todos habíamos sido alguna vez perseguidos, torturados y habíamos sufrido la presión, y no queríamos de ninguna manera retornar a eso por más que el golpe iba a ser un golpe institucional con Martínez como figura decorativa, similar a lo que fue Guido con respecto a Frondizi en el 62. Creíamos que iba a ser un gran retroceso para el proceso democrático porque volvería a colocar a los militares como un factor de poder después del rol que habían jugado en los últimos años.

- ¿Dónde está hoy marcada la continuidad del golpe militar del 76 y cómo ve la política del actual gobierno?

– Principalmente en la economía. Es ese plan que Martínez de Hoz anunció en el año 76 que se profundizó con el advenimiento del neoliberalismo brutalmente aplicado en la época de Menem. Por ejemplo, si uno compara el número de establecimientos fabriles: en el 74, antes de la dictadura, eran 126 mil en el país y en el 94, a cuatro años de la llegada de Menem, eran 90 mil. El número de obreros ligados a esos centros industriales eran 1.500.000 en el 74 y un millón en el 94. A esto hay que sumarle que la población en esos veinte años pasó de 20 a 34 millones. Una catástrofe laboral y eso implica a su vez una catástrofe educacional, de seguridad, de dignidad. En cierta medida, hasta el día de hoy esto sigue vigente, independientemente de un gobierno que tiene un discurso confrontativo. El presupuesto de este año mantiene todos los planes sociales tal como estaban, no hay ninguna intención de una reactivación industrial que reemplace los planes por empleo. El presupuesto para la educación, para la ancianidad y para otros sectores sociales, aumentó un nueve por ciento con una inflación que se considera que va a llegar al diez por ciento, digamos, que es índice cero. En la negociación con el Fondo Monetario el año que viene el país tiene que pagar ocho mil millones de dólares y el tres por ciento del superávit primario presupuestado que llega a cuatro mil millones de dólares, es decir que el país se va a endeudar en cuatro mil millones, más la deuda vieja que hay que reestructurar. Para tener un panorama más definido de la dirección que va a tomar la faz económica habrá que esperar las negociaciones con el Fondo Monetario de este año, que son las cruciales a partir de junio y el proyecto de presupuesto para el 2005 para ver si se da algún cambio. Yo no quiero desalentar a nadie porque hay muchas expectativas, pero realmente creo que es difícil que haya un cambio en este sentido. En la faz política hay hechos positivos: la política de derechos humanos, tomar en serio la corrupción del menemismo, se respira un aire de mayor libertad política. Lo que pasa es que lo que define en última instancia siempre es lo económico, porque, es duro decirlo, pero de medidas políticas positivas la gente no come ni trabaja.

- ¿Qué proyectos políticos tiene en la actualidad?

– Desde que salí de la cárcel en mayo del año pasado estoy hablando con la mayor cantidad de gente que puedo, recorro la mayor cantidad de poblaciones que puedo. No tuve reuniones con dirigentes políticos, salvo las necesarias por la cuestión del indulto. En mis recorridas me dediqué más a escuchar que a opinar. Como hecho preocupante, veo que la gente cree que es muy difícil cambiar esta situación. Es preocupante porque si uno cree que no lo puede cambiar es seguro que no lo cambia, sin embargo, si se busca la forma de cambiarlo, siempre hay un margen de posibilidad de lograrlo. Esta situación es producto del desbarajuste social implementado por la derecha más retrógrada, pero creo que no ha tenido el éxito que ellos pretendían.

- ¿Cómo recibió el indulto que promovió el ex presidente Eduardo Duhalde en 2003?

– Puede ser que le haya sacado un peso de encima a Kirchner, de todas maneras son políticas de Estado. Creo que el indulto fue la reparación de una injusticia que se venía prolongando durante varios años. Los que deberían estar presos son los que cometieron delitos de lesa humanidad. Nosotros no torturamos sino que combatimos contra la tortura, no desaparecimos gente sino que combatimos contra los que desaparecían gente, no robamos niños sino que combatimos contra los que robaban niños cuyos padres eran nuestros compañeros. Incluso en esta circunstancia creo que el indulto a Seineldín está bien. Este Seineldín, si bien en el punto ideológico está en las antípodas mías, capaz que hablando está más distante él que estos violadores de lesa humanidad, sin embargo, Seineldín no está acusado de torturar gente ni nada de eso. Entonces, cuando una nación pasa a una situación de confrontación armada, como ocurrió acá y en otros lugares del mundo, después de eso tiene que recomponer la convivencia democrática y esa convivencia tiene que incluir a todos, también a los que se enfrentaron con las armas, excepto los que cometieron delitos de lesa humanidad, que son las personas que hay que aislar. Son delitos que no tienen nada que ver con la confrontación armada. Una guerra no se gana robando niños, ni desapareciendo gente, ni torturando a todo el mundo

Fuente: eleslabonline.com.ar, 24 de abril de 2004.