INTERNAS DEL PJ

Nada es lo que parece

Quien pretenda analizar el reciente congreso justicialista y sus repercusiones terminará sumido en la confusión si no advierte que en el PJ nada es lo que parece. Los tantos están mezclados y los roles suelen ser intercambiables, tal vez para confundir a un enemigo que no se termina de definir.
Así, mientras uno de los principales referentes de la "renovación" de los 80, el gobernador cordobés José María De la Sota, se convertía en vocero de la cerril ortodoxia, acompañado entre otros por el ex dirigente de la "gloriosa JP" de los 70, su colega santafesino Jorge Obeid, entre los abanderados del progresismo y la defensa de los derechos humanos –supuestamente encarnados por el Presidente de la Nación, Néstor Kirchner– estuvieron el formoseño Gildo Insfrán, cuyos punteros suelen encerrar a los indígenas para asegurarse su voto, el tucumano José Alperovich, que nada ha hecho para terminar con la desnutrición infantil en su provincia, y, en su habitual rol de bastonero, el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, quien –como recordó hábilmente De la Sota– compartió la lista de diputados locales porteños con la panegirista del genocidio, Elena Cruz, cuando ambos militaban en el cavallismo.
Tampoco resultaría adecuado atenerse a esquemas rígidos en lo que hace a los alineamientos. Hilda Beatriz González de Duhalde, por ejemplo, pudo asegurar que su apellido no le pesaba cuando Cristina Fernández de Kirchner manifestó su deseo de que el partido "deje de dar lugar a las mujeres con portación de marido", pero ello no implica que la ex jefa de las manzaneras pueda hoy ser considerada representativa del pensamiento de su cónyuge, del cual está alejada personal y políticamente y al que le reprocha ser demasiado condescendiente con las aspiraciones hegemónicas de Kirchner.
De igual modo, se equivocaría quien viera prolongarse el debate ideológico de los 70. No sólo porque las condiciones políticas, económicas y sociales y el contexto internacional son absolutamente diferentes, sino también porque ahora los protagonistas hablan un lenguaje distinto y ninguno se propone impulsar transformaciones fundamentales. La propia primera dama se ocupó de precisar, en el escaso espacio de tiempo que le quedaba entre abucheo y abucheo: "Hay que renovar las ideas y el sistema". Como canta Joan Manuel Serrat: "Al techo no le vendría nada mal una mano de pintura".
Por su parte el gobernador santacruceño, Sergio Acevedo, mano derecha del primer magistrado, reveló un particular conocimiento de la historia peronista cuando, después de una arenga en la que De la Sota reivindicó la teoría de los dos demonios, la patota atronó el Parque Norte al grito de "¡Rucci!, ¡Rucci!": "No entiendo cómo se puede mencionar a Rucci, que nunca hubiese avalado la reforma laboral", dijo Acevedo, como ignorando que Rucci fue un burócrata menor que pasó de la resistencia a la transa con los dueños del aparato metalúrgico y llegó a la secretaría general de una CGT debilitada y desprestigiada debido a sus condiciones para la obediencia.

Pacto sin dolor
Pocas horas después de finalizado el cónclave que el titular del Interior, Aníbal Fernández, definió con inocultable misoginia como "una reunión de peluquería", el otro Fernández, Alberto, hacía gala de su particular pragmatismo ante los micrófonos de una radio porteña: "Los partidos son auténticas corporaciones, con las cuales hay que pactar por una cuestión de intereses", dijo, sin ponerse colorado.
Por si las moscas, los "meteorólogos" –esos aliados ocasionales que van hacia donde sopla el viento– se encargaron de refrescarle la memoria a Kirchner, evocando aquel congreso de Lanús en el que se decidió avalar su candidatura presidencial y de puntualizar que "no hay vida fuera del peronismo", un concepto que fue subrayado también por "Chiche" Duhalde cuando con escasa sutileza afirmó: "En el partido no debe haber ninguna puerta abierta para que ningún compañero trasnochado piense que puede tener un proyecto fuera del PJ".
Ante tales advertencias, se impone una pregunta. ¿Es que Kirchner pretende alejarse definitivamente del justicialismo y gobernar con una fuerza propia? Posiblemente ese sea uno de sus más acariciados deseos. Sabe que el aparato clientelístico del PJ es repudiado por la mayoría de la población, que dirigentes como José Luis Barrionuevo no pueden caminar por la calle y que monarcas de pacotilla como los Juárez deben ser arrojados al costado del camino, por lo que promueve la intervención de Santiago del Estero. Pero no ignora que es imposible construir una base de sustentación sólida con los remanentes de un "progresismo" en liquidación, los incondicionales de cualquier oficialismo y dirigentes sociales expertos en cortes de banquina. De allí que apueste a disputarle a sus adversarios la "cáscara vacía" de un partido sólo útil para los procesos electorales, a incorporar a sus huestes a los indecisos y a los oportunistas, a evitar que se deteriore demasiado su relación con Duhalde y a impulsar un paciente trabajo de zapa que refuerce su capacidad de maniobra.
El gobernador entrerriano, Jorge Busti, y el de la provincia de Buenos Aires, Felipe Solá, son –por distintas razones– funcionales a esa estrategia. Busti no podría sobrevivir sin la ayuda oficial en un distrito devastado y endeudado y Solá necesita autonomizarse del duhaldismo para dejar de ser peón y convertirse en patrón, como corresponde a su prosapia de estanciero.
No obstante, la falta de entusiasmo del bonaerense por hacer cirugía mayor en las corruptas fuerzas policiales y su proclividad a designar represores al frente de los institutos penales deterioran inevitablemente su relación con el Gobierno Nacional, obsesivamente preocupado por las encuestas de opinión. Fue justamente Solá quien, para congraciarse con el kirchnerismo, se animó a cuestionar uno de los apotegmas fundantes de la tradición peronista: "Somos como los gatos, cuando parece que nos peleamos, en realidad nos estamos reproduciendo". Lo que se reproduce –dijo– es la burocracia y la intolerancia. Podría agregarse que, como los gatos, el justicialismo en su totalidad huye por los tejados, en este caso los de la chicana y la retórica. Disputar en cotos cerrados los espacios de poder, rivalizar acerca de quién es más peronista, no ayudará seguramente a terminar con la vergüenza de la pobreza y la indigencia ni servirá para plantarse con firmeza ante los entes financieros internacionales que todos los días pretenden imponer nuevas condiciones para aprobar acuerdos ruinosos. Daniel Vilá

Fuente: acciondigital.com.ar, 01/04/2004.